Sonaba Infinito. Enrique alardeaba de voz mientras ella miraba incrédula el videoclip de aquella primera versión en el bajo del Oasis junto a Shuarma y a Carlos. A mí me venían imágenes de la primera vez que escuché esa canción, de manos de uno de los Caballeros de la Mesa Cuadrada, en aquella tarde gris que él decidió como óptima para poner un CD de los suyos.
Horas antes yo le había enseñado una de las fotos antiguas en mi móvil, en el mismo sitio, seguramente a las mismas horas y, por supuesto, en el mismo estado de embriaguez.. y también bebiendo tequila.. Le había comentado lo especial de la foto ya que yo nunca pude imaginar con pisar Oasis y beber Tequila como Enrique lo hizo en aquella barra. También con dos amigos..

- Qué asco! un gusano.. –replicó ella
- Es el del tequila.
- Amz..
- luego se convierte en mariposa..

Entonces recordé la situación y la cantidad de veces que siempre escuché o ví miradas y gestos que no comprendían la pausa, el rito y la absolución que necesito para beberlo. Ya sea por impaciencia o porque me miraron como a un friki alentando a su desmesura para llamar la atención. Y ahí lo ví claro. La explicación perfecta.

Beber un tequila es como transmutarse a otra forma de ver un momento determinado, o simplemente es brindar esa transformación a un motivo que lo merezca. Es pasar de ser gusano que da dentera, se arrastra y babea, en un ser libre, con alas, completamente inspirado para manejar a la perfección las tres dimensiones espaciales en las que uno, a la postre si no tuviéramos ataduras, puede moverse. Es como cuando emerges del agua después de estar varios segundos bajo la línea del horizonte en cero de altitud, entre el aire y la asfixia. Ese momento sobrio aun habiendo bebido en el que disfrutas de una barra, una conversación y un añejo presentado con más o menos elegancia.. Y llega el rito. La celebración. Encender con un ápice de la fragua de Vulcano un cigarro que designas seguro de vida, como al periódico a las ocho de la mañana en blanco y rojo. Escuchas el bar, retratas la barra y el zumo de agave que está acompañado de unos gajos de limón, por si hace falta mordida, y en un gesto que será el último como gusano, recibes en tu mano el destilado.

Hueles desde el canto, manteniendo una distancia de respeto y respetable, como al toro. Y sin tocar. De hecho antes de llegar a él ya sabes lo que hay, lo que hay dentro de ese líquido y lo que es al separarte de una realidad y una forma de andarla sin apéndices locomotores que hace que te arrastres e ingenies para salir adelante.
Y el calor llega. Y te quema. Pero te absorbe. Te absorbe y te transforma en mariposa para salir volando de ver, de oír y de sentir las cosas plenamente, en tres dimensiones abiertas a todo y a cualquier movimiento y decisión. En silencio: de nuevo un cuadro: la barra, el sonido, el baso vacío y amarillo que llama la atención. Ahí es cuando te vuelves mariposa.
Posas cristal y pulso a la vez. Desatas tus brazos, tu corazón y tu cerebro, y calas una bocanada de aire caliente, para que se confunda con el aire contaminado que todavía recibes del exterior. Y te filtras de nuevo entre conversaciones y escenas que, ahora sí, manejas como recién salido de estado de pupa. Nunca mejor dicho..

- Y tú a qué tienes miedo? -me preguntó ella mirándome a los ojos.
- A las avispas..

Pero eso es otra historia..

Buena Suerte y Hasta Luego
Posted on 03:40 by E and filed under | 1 Comments »

1 comentarios:

carcajada dijo... @ 22:34

una gran noche la que pasamos en Oasis, verdad? la recuerdo como si fuera ayer