20 minutos

Eran las ocho menos cinco de la tarde y aún estaba sentado frente al televisor viendo junto a George el último programa de ‘allá tú’. Con el casco en mano, las gafas de sol colgadas y las mangas remangadas mientras apuraba los últimos instantes de inspiración, me apresuraba a imaginar el próximo viaje con La Dolorosa.
Había pasado la tarde entre vinos claretes, regados por el sol primaveral que amanece estos días en Pamplona. Pero estaba nervioso. Era como una vuelta a una primera vez y como si lo fuera me presenté en la calle, casco de verano en mano y con un cigarro recién liado entre la comisura de los labios. Hoy había decidido sacar por primera vez el casco que guardo para las temporadas estivales, mucho más abierto y menos caluroso que el de invierno.
Dolorosa presumía estos días de potencia y vigorosidad. Recorría las calles con el aire fresco en sus pulmones y eso hacía que fuera más ligera, pero sin embargo hoy traía consigo el aire desgarbado de un día de agosto y el paso lento pero firme de un paseo dominguero. Había más de veinticinco grados y eso a ella le hacía más pausada, y el camino al punto de reunión de las tardes aunque de recorrido métricamente corto surgió extrañamente largo. Al llegar, la prisa.
Tenía que mover un coche de una zona azul vigilada por un gusano al servicio del ayuntamiento que rondaba y deseaba multar. Tenía que hacerlo de forma urgente y, para no fastidiar la sorpresa, había de dejarlo en un lugar seguro y después plantarme de nuevo en el lugar de quedada en lo poco que Ella tardara, y todo esto tratando de salvaguardar el futuro de una tarde que quería fuera la primera de la primavera. Así que dí un par de vueltas tras dejar a La DoLo bien aparcada y dejé a LoLo en sitio seguro para el juego del escondite de Barcina.
Al salir, liado un nuevo cigarro para la andada de vuelta hasta donde Ella me esperaba, cogí unos tacones que encontré bajo su asiento, el casco que había dejado con las prisas y caminé, sin ningún esfuerzo, de nuevo a buscarla.
Parecía una situación nueva pero no lo era. Me encontraba subiendo la cuesta de la calle Tajonar a las ocho y diez de la tarde, vistiendo baquero y con un casco y unos tacones en mi mano mientras fumaba con la otra: “cualquiera que me vea..”. Al doblar la calle para seguir subiendo por Monjardín decidí pasar justo por delante del Club de Tenis. Quería pasear mi escena delante de los clasistas pamploneses, sabía que era un amago adolescente por demostrarles que se puede vivir con mucha más ilusión sin tanta necesidad, pero de alguna manera sentía que este momento lo exigía.
Cuando pasé por delante, una familia de recatados pamploneses salía, dos muchachas modelo de los 90 me miraban incrédulas y unos tipos, con sus camisas ya de entretiempo, observaban protectores la escena. Con el paso de cebra por delante y después de una calada entre tanta colonia cara doblé de nuevo una esquina para plantarme tras el tótem franquista de la plaza Conde Rodezno. Allí la gente se agolpaba en los bancos y se oían las conversaciones bajo los últimos rayos de sol.

Buena Suerte y Hasta Luego
Posted on 05:01 by E and filed under | 0 Comments »

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